Cuando apenas comenzaban a manifestarse algunos síntomas de recuperación, el sistema capitalista global volvió a dar indicios de su debilidad al mostrar, por un lado, la poca representatividad de los índices de mejoría; y, por el otro, la parcialidad geográfica y temática del restablecimiento de las economías desarrolladas.
Durante las dos últimas dos semanas se dieron a conocer algunos indicadores positivos entorno al crecimiento en algunos países desarrollados que, incluso, llevaban a determinar el final de la recesión en algunos de ellos.
Sin embargo, esas conclusiones comenzaron a debilitarse cuando salieron a la luz pública la pobre recuperación de los créditos otorgados y, peor aún, las del crecimiento del consumo privado que en ningún caso alcanzaban al 1% poniendo en evidencia, entonces, que la redención productiva tenía como destino el incremento de los inventarios y no la satisfacción de la demanda de los consumidores.
Paralelamente se pusieron sobre el tapete las crisis en los países PIGS, siglas en lengua inglesa de Portugal, Irlanda, Grecia y España, en especial, el caso griego que han puesto en duda la fortaleza y viabilidad de la zona del euro y obligado tanto a la adopción de medidas de dudosa capacidad de respuesta como a la búsqueda de alternativas institucionales que efectivamente contribuyan al restablecimiento de los equilibrios requeridos para el normal desempeño de la Unión Europea.
Lógicamente, estos magros resultados que exhiben las economías desarrolladas tienen su correlato en el ámbito social.
En los Estados Unidos los niveles de desempleo promedio durante los dos últimos años se ha situado alrededor del 12%, en Europa en el 10.5% e inusitadamente en Japón ha comenzado a acercarse al 6%.
Como era previsible, la crisis sostenida del capitalismo global contribuyó, y de manera determinante, en que la cifra de afectados por el hambre en el mundo se elevara a 1200 millones de personas, mientras que hoy día se cuenta poco más de 213 millones de desempleados ratificándose, en consecuencia, que así como la globalización de la economía “abría múltiples oportunidades”, también daba puerta franca a la captación de las secuelas resultantes de los ciclos recesivos en aquellos países que solo pudieron acceder a la globalización en forma virtual.
Las aristas financiera y comercial de la crisis aún persisten.
Poco o nada se ha avanzado en la apertura de créditos a los países en desarrollo y los que han podido captar algunos recursos para financiar sus déficit han debido aceptar condicionalidades que como se ha demostrado hasta la saciedad, solo conducen a expandir las condiciones de pobreza en que se encuentran sumidas sus mayorías poblacionales.
Situación similar se observa en el comercio mundial, el cual después del primer bimestre del año exhibe una muy leve mejoría, aunque sin visos de poder superar la debacle que lo llevó a contraerse en un 9% el año pasado, mientras que los precios de los productos básicos -salvo el petróleo, el cobre y el oro- apenas si muestran una recuperación, pero nunca a los niveles que lograron alcanzar a mediados del año 2008, lo cual contribuye a deteriorar, aún mas, los términos de intercambio de los países en vías de desarrollo.
Este cuadro crítico en los ámbitos económico y social se presenta transversalizado por los efectos del cambio climático que cada día se acentúan afectando, en particular, las actividades agropecuarias que inciden directamente sobre la producción de alimentos.
Es evidente que detrás del debate generado en la reciente Cumbre de Copenhague, no se encontraba el cambio climático entendido como un efecto de la fallas en la aplicación de medidas destinada a la preservación y conservación del medio ambiente, sino que realmente lo cuestionado era el sostenimiento del modelo capitalista de producción; y para los países en desarrollo, especialmente, identificar fórmulas para no asumir los costos de las variaciones climáticas, los cuales oscilan desde aspectos puramente financieros hasta la profundización de su dependencia tecnológica derivada de la exigencia del uso de “tecnologías limpias” generadas por los países desarrollados.
Por cierto que la crisis también puso en agenda la ausencia de valores, es decir, que también está dotada de una arista ética que la cobijó en toda su extensión.
No solo fueron los casos de las estafas que salieron a la luz pública, sino que la forma cómo los gobiernos de los países desarrollados priorizaron el rescate del capital antes que a las personas, poniendo en evidencia la complicidad entre los estados y los dueños del capital.
Frente a la crisis, los organismos financieros multilaterales (Fondo Monetario Internacional-FMI y Banco Mundial-BM) y la Organización Mundial de Comercio (OMC) han desarrollado un papel que solo puede ser calificado como de patético demostrando, una vez más, el desgaste que caracteriza a sus actuaciones y el desfase de su rol en la actualidad.
En ese contexto las dos grandes preguntas que surgen se refieren, en su orden, hasta cuándo se extenderá la crisis y qué pueden esperar los países latinoamericanos y caribeños en el futuro inmediato.
No es fácil predecir la duración de esta crisis, lo que sí es indudable que las estrategias puestas en ejecución por los países desarrollados que han insumido ingentes recursos aportados por los contribuyentes, no han dado los resultados esperados, razón por la cual sería esperable una modificación de las mismas; y, en ese sentido, todo indica que esas rectificaciones estarían orientadas a apuntalar la recuperación productiva con una agresiva política exportadora, para lo cual cuentan con los recursos e instrumentos requeridos para hacerlas efectivas en plazos relativamente cortos e, incluso, como disponen en forma transitoria de signos monetarios depreciados, se les facilitaría el acceso a los mercados de países que exhiben condiciones económicas de mayor solidez.
Los países de América Latina y el Caribe que han sorteado o están sorteando con éxito las dificultades que enfrentaron el año pasado deberían afianzar sus estrategias estableciendo densas alianzas estratégicas entre ellos y con los países emergentes, no solo con miras a la diversificación y consolidación de sus estructuras productivas, sino para actuar conjuntamente en un sistema internacional desestabilizado e imprevisible que espera el retorno con mucha fuerza de las grandes potencias industriales, aunque vengan acompañadas por nubarrones que presagian tormentas.
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