Javier Buenrostro
Este 10 de abril se conmemora el centenario luctuoso de Emiliano Zapata, líder campesino y revolucionario que tuvo a su cargo el Ejército Libertador del Sur, en el área de Morelos. Zapata promulgó el Plan de Ayala en 1911 donde se abordaron problemas del campesinado y los latifundios que no estaban contemplados en el programa maderista. Al carácter político (antirreelecionismo) se le sumó la convicción de una transformación social basada en el reparto agrario en un México mayoritariamente rural.
Es bien sabido que la revolución mexicana no fue acontecimiento monolítico. El triunfo de la revolución fue de los militares sonorenses (Obregón, Calles) mientras que la parte más social y popular representada por el zapatismo y el villismo fue derrotada. Aun así hubo espacio para consagrar en la Constitución mexicana ciertos derechos sociales que la convirtieron en la primera en todo el orbe en hacerlo, aunque siempre fue letra muerta en la realidad.
Es Lázaro Cárdenas (1934-1940) quien realiza un importante reparto agrario y visualiza al ejido como una forma de producción económica encaminada a traer justicia social. Ese reparto se realizó en una primera instancia en las zonas de influencia zapatista con la conciencia que había deudas pendientes con el movimiento agrario y que era tiempo de empezar a saldarlas. Sin embargo, la elección de Ávila Camacho (1940-1946) al inicio de la Segunda Guerra Mundial trajo los primeros reveses para el campesinado ya que redujo abruptamente el reparto agrario a tan solo la cuarta parte de lo entregado en el sexenio cardenista, lo que permitía fortalecer la propiedad privada de la tierra a la vez que ayudaba a neutralizar al ejido colectivo como forma de organización política.
El final del conflicto mundial coincidió con la elección de Miguel Alemán (1946-1952) y la inauguración del periodo posrevolucionario. No solo quedaban atrás la época de los generales revolucionarios y asumía el poder un civil sino que se daba paso a un proyecto económico distinto. El mismo día que protestaba como presidente, Alemán introdujo una contrarreforma agraria frenando la colectivización de la tierra y que propiciaba el latifundismo. Se abandonaron los productos de subsistencia y se empezó a producir para el mercado, incluido el estadounidense.
México dejó de ser rural y se convirtió en urbano, quedando de manifiesto que el proyecto económico visualizado era el desarrollo del capitalismo (de amigos) vía la industrialización. El campo y los campesinos fueron relegados y olvidados en el proyecto nacional y en no pocos casos empezó a haber una represión violenta al agrarismo que representaba un proyecto de país distinto al del México de las élites económicas y políticas. Este cambio de ciclo culminó con el asesinato en 1962 de Rubén Jaramillo, campesino y revolucionario de Morelos que había peleado al lado de Zapata y heredado el liderazgo en la zona sur del país. El movimiento agrario era visto como un enemigo a exterminar en la construcción del México moderno y el campo como una simple vía de suministros para la industrialización y urbanización del país.
Pero nada se muere por decreto y siempre hubo organización campesina de resistencia. Muchos de estos grupos nutrieron los grupos guerrilleros que surgieron en el sureste del país (Guerrero, Oaxaca, Chipas) durante la década de los setenta. La figura de Zapata seguía tan viva que estaba presente de manera contradictoria en distintos sectores del México contemporáneo. Era el héroe nacional de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) padre del neoliberalismo mexicano a tal punto que uno de sus hijos lleva el nombre del caudillo del sur a la vez que en todo anuncio importante salía con su retrato como fondo. En las antípodas, surgió el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que vio la luz pública de manera simbólica el mismo día que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) al inicio de 1994. Zapata continuaba siendo la figura más poderosa en el imaginario social mexicano que servía como legitimación lo mismo a tirios que a troyanos.
Debido a su centenario luctuoso, el gobierno de López Obrador declaró que 2019 sería el ‘Año de Zapata’. La papelería oficial va adornada con la efigie del revolucionario y se harán múltiples homenajes, pero lo más importante es lo que se hará en políticas públicas. A diferencia de otros gobiernos, López Obrador contempla el campo y la misma forma de vida del campesino como fines en sí mismos y no como simples medios de abastecimiento del México urbano. Uno de los planes emblemáticos es el agroforestal que dará 400.000 empleos permanentes en el campo mexicano y en el que trabajaran 48.000 becarios del también nuevo programa de ‘Jóvenes Construyendo el Futuro’. Los empleos formales serán cuatro veces lo que ofrece la industria automotriz mexicana, una de las principales a nivel internacional, simplemente para darnos una idea del significado.
La planeación para la revitalización y reforestación del campo contempla tres etapas: a corto plazo desarrollarán cultivos de maíz, frijol y cacao; posteriormente más de un millón de árboles serán plantados de los cuales a mediano plazo estos serán frutales y a largo plazo árboles maderables. También se busca impulsar poderosamente las cooperativas agrarias y campesinas a través de esquemas de crédito que han mostrado su eficiencia a nivel nacional e internacional. La relevancia de entender las dinámicas internas del México rural es tal que la Secretaría del Bienestar encargada de estos programas está encabezada por una mujer que trabajó toda su vida al frente de una de estas cooperativas con resultados muy favorables.
Por primera vez en ochenta años, el campo no será solo una legitimación discursiva de los gobiernos en turno: tendrá un lugar primordial en la implementación de las políticas públicas, no únicamente con subsidios, sino como fomento de unidades productivas. Se busca la inclusión económica (no solamente la financiera) de sectores históricamente relegados. Esto forma parte del cambio del paradigma neoliberal que dominó la narrativa económica de las últimas tres décadas y que López Obrador busca transformar. Un sexenio sabe a poco para que los procesos puedan ser finalizados pero es muy importante que se sienten las bases del cambio.
Entre las protestas y el abandono: Así sobreviven las tierras del líder revolucionario Emiliano Zapata
Como no hay historias perfectas ni ideales, el gobierno de López Obrador debe poner atención en dos temas sustanciales que están en el horizonte del campo mexicano. Uno es el uso de los transgénicos, que aunque ha sido rechazado tajantemente por López Obrador y otros miembros de su gabinete, también se encuentran entre sus colaboradores quienes en el pasado han hecho negocios en torno a ellos, por lo que eventualmente podría haber un conflicto de intereses. Otro punto es saber cuál será el límite para proyectos desarrollistas como el Tren Maya o algún otro megaproyecto que tenga en mente el Estado mexicano y el muy probable conflicto que habrá de enfrentar respecto a los movimientos campesinos y las autonomías indígenas.
El gobierno siempre debe tener en mente la máxima juarista de “Nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho” para que no caiga en los errores de otros gobiernos nacionales y regionales. Estas tareas no serán sencillas pero es parte de las complicadas disyuntivas a las que se enfrentan los gobiernos progresistas.
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