Por: Cecilia González
Narcotraficantes como Pablo Escobar, Amado Carrillo Fuentes, ‘el Señor de los Cielos’, y Joaquín ‘el Chapo’ Guzmán son figuras mundialmente conocidas. Sus rostros son famosos. Sus vidas como capos han sido desmenuzadas en innumerables libros, series y películas de ficción y no ficción. Las muertes de unos y la vida de otro son narradas con detalle. Sabemos sobre sus crímenes, sus romances, sus familias, sus cómplices, sus gustos y disgustos.
Los informes periodísticos sobre estos y otros personajes, como el terrorista Osama Bin Laden, tienen garantía de audiencias. Cómo no, si fueron convertidos en emblemas de la delincuencia y el terrorismo con nombres y apellidos. Son “los malos”.
Pero en todo este entramado siempre falta una pieza.
¿Por qué no conocemos los rostros, vida y obra y delitos y castigos de los banqueros que lavan dinero del crimen trasnacional? ¿Por qué sabemos tanto del ‘Chapo” y de Bin Laden y nada de los anónimos y acaudalados hombres de saco y corbata y autos exclusivos que tienen un papel central en el ciclo que comienza con la producción de drogas ilegales o el tráfico de armamento, y termina con el blanqueo de capitales que permiten que esas actividades sigan llevándose a cabo con tanto éxito y, sobre todo, con ganancias multimillonarias?
La respuesta está en la hipocresía del sistema financiero internacional, que se vería afectado si las políticas de drogas cambiaran y se apostara por la legalización de todas las sustancias y si se combatiera, de verdad, al terrorismo. Perderían los lucrativos dividendos que obtienen a costa de la vida de miles de víctimas.
La complicidad de los bancos es fundamental para el lavado de dinero. Es la mejor opción que tienen, por ejemplo, los narcotraficantes, ya que no hay forma de mover los más de 300.000 millones de dólares de ganancias que obtienen cada año, según los datos que la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito presenta anualmente en su Informe Mundial de Drogas. Equivale al 1,5 % del Producto Interno Bruto mundial. Es demasiado dinero para tenerlo en efectivo.
Las organizaciones criminales han encontrado en bancos de Estados Unidos y Europa el mejor refugio para lavar sus fortunas mediante complejas operaciones financieras. Y nada hace pensar que ello vaya a cambiar.
Viejas historias
En 1998, la procuradora de Justicia de Estados Unidos, Janet Reno, y el secretario del Tesoro Robert Rubin presumieron que 65 agentes encubiertos del Servicio de Aduanas habían realizado durante más de dos años la ‘Operación Casablanca’ que descubrió múltiples operaciones de lavado de dinero de los cárteles de Juárez y de Cali. Esperaban confiscar más de 100 millones de dólares. Acusaron a bancos mexicanos, pero en la pomposa rueda de prensa jamás dijeron que uno de los bancos más complicados en esos manejos ilegales era el estadounidense Citibank, que después tuvo que ser investigado.
Pese al escándalo internacional que desató la ‘Operación Casablanca’, los bancos del país más poderoso del mundo siguieron lavando dinero de organizaciones criminales.
En 2006, las autoridades descubrieron que el banco Wachovia había permitido el ingreso de más de 100 millones de dólares del Cártel de Sinaloa al circuito bancario de Estados Unidos. Cuatro años más tarde, el vicepresidente de Wachovia firmó un acuerdo en el que reconoció que el banco había violado leyes antilavado. Entre multas y confiscaciones, pagó multas por 160 millones de dólares. Esa fue toda la sanción, porque ninguno de sus empleados fue a la cárcel. Mucho menos los accionistas mayoritarios.
Ese año, las ganancias del banco superaron los 12.000 millones de dólares, así que la multa que pagó por lavar dinero narco fue apenas una propina, una muestra más de impunidad.
No pasó mucho tiempo para que otro banco tuviera que dar explicaciones por sospechas de blanqueo de capitales.
Una Comisión del Senado de Estados Unidos descubrió que el británico HSBC había transferido 7.000 millones de dólares al sistema bancario de Estados Unidos entre 2007 y 2008. Después de años de declaraciones de inocencia y acusaciones cruzadas, el banco reconoció que había lavado dinero y aceptó pagar en 2012 una multa récord de casi 2.000 millones de dólares. Otra vez, ningún banquero fue juzgado.
Es como si les dieran una palmadita en el hombro y les dijeran: “no lo vuelvan a hacer”. Pero, obvio, siguieron haciéndolo.
Los FinCEN files
Esta semana, una investigación periodística colaborativa permitió debatir de nuevo el papel que juegan los bancos en el lavado de dinero a escala global.
En un proceso similar a los Panama Papers y a los Paradise Paper, 400 reporteros de 108 medios de comunicación, coordinados por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, comenzaron a publicar en decenas de países notas sobre casos concretos de operaciones bancarias sospechosas a partir de documentos del Departamento del Tesoro de Estados Unidos que fueron filtrados a BuzzFeed News
La conclusión es ese secreto a voces que se sabe hace tanto tiempo: importantes bancos y empresas de servicios financieros hacen poco y nada para evitar el lavado de dinero. Más bien, son partícipes activos de la opacidad con la que se trasladan fortunas del crimen organizado trasnacional.
Algunos de las firmas señaladas son el JPMorgan, HSBC, Standard Chartered Bank, Barclays, Deutsche Bank y Bank of New York Mellon. La reacción inmediata fue la caída de sus acciones en la Bolsa. Pero no mucho más.
Los días han pasado y seguimos sin conocer rostros, nombres y apellidos de los banqueros implicados. De los responsables de esconder cuentas multimillonarias, de recibir montones de dinero en efectivo en camiones blindados, de retrasar reportes de clientes que realizaban operaciones sospechosas, de no suspender esas cuentas. De mantener activo el blanqueo de capitales.
Y es poco probable que los conozcamos, porque el esfuerzo de cientos de colegas se topa con el escaso impacto concreto que suelen tener las revelaciones. La prensa tradicional no hace mucho ahínco en colmar sus páginas con investigaciones que incomodan a grandes anunciantes, a políticos amigos y, a veces, a los propios dueños de los medios.
Por eso, mejor publicar de manera discreta y después mirar para otro lado. Como siempre.
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