Por: Nadine Naber, Sherene Seikaly, Ibrahin Fraihat, y Lubna Qutanmi
Introducción: Nadine Naber
Durante décadas el análisis político progresista ha criticado a los Estados árabes por abandonar la lucha de liberación palestina. Según este análisis, aunque los gobiernos árabes suelen declarar su solidaridad con los palestinos sus actos conllevan complicidad con el colonialismo de asentamiento israelí –desde la cooperación política y económica con Israel pasando por convertir a los palestinos en chivo expiatorio, y por reprimir toda solidaridad con la liberación palestina en el interior de sus Estados–, y utilizan la cuestión palestina para reforzar su legitimidad.
La recopilación de opiniones que presentamos ahonda en esta crítica y ofrece perspectivas matizadas sobre si los Estados árabes han abandonado o comprometido la causa palestina y en qué medida. Los autores sitúan la cuestión en el contexto transnacional del imperialismo estadounidense y las realidades conexas de la fragmentación árabe y palestina. Sus perspectivas sugieren nuevos interrogantes sobre la relación entre el nacionalismo árabe dirigido por el Estado y la derecha global, las relaciones israelo-estadounidenses, y la normalización de la clase política palestina con Israel.
Dado que los cambios que se han producido en la región han dado lugar a la intensificación de la normalización con Israel y a la cooptación cada vez más vehemente de dirigentes palestinos, urge más que nunca oponerse a la fragmentación que alientan Estados Unidos e Israel dentro de los Estados árabes y entre ellos. Con este fin, los autores reclaman a los lectores repensar nuevas vías para la solidaridad árabo-palestina.
Sherene Seikaly nos insta a “volver a la idea de Palestina para fortalecerla en el próximo combate”. Ibrahim Fraihat nos recuerda que los palestinos tienen aliados en los pueblos de los Estados del Golfo, y Lubna Qutami insiste en que “no hay división entre palestinos y árabes sino entre las aspiraciones revolucionarias de los pueblos y los intereses de quienes se apropian del poder político”.
Sherene Seikaly
Para comprender la realidad de la actual soledad palestina ante la brutalidad de la geopolítica podemos retroceder a las fortunas y falacias del nacionalismo árabe dirigido por el Estado. Las últimas deformaciones de esta falacia deben situarse en la consolidación de la derecha global. Atacar a los palestinos, desposeerlos e hipotecar sus futuros se ha convertido en un ritual de iniciación: hazlo y serás bienvenido a las filas de quienes practican triunfantes la xenofobia, el racismo, el sexismo y la estupidez.
Aquí es determinante el romance entre Donald Trump, Narendra Modi y Jair Bolsonaro. Más decisiva aún es la participación del Estado árabe en los festejos machistas por el aplastamiento de los palestinos. El presidente egipcio Abdel Fatah el Sisi y el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed Bin Salman, dan muestra de sus credenciales cuando intimidan a los palestinos que hoy, más que nunca, simbolizan la figura del extranjero exhausto y desposeído. Cualquier observador ocasional de la historia sabe que los Estados árabes rara vez se han preocupado por Palestina y por los palestinos. Sin embargo, desde 1948, el fino velo retórico del panarabismo protegió discursivamente a los palestinos de un ataque contra la idea misma de Palestina. Hoy, la derecha global y sus manipuladores árabes han despojado a los palestinos de ese último reducto y lo que intentan a toda costa es matar la idea misma de Palestina.
La idea de Palestina fue una de las falsas promesas del Estado árabe moderno. La actuación desesperada y dispar de los árabes en la guerra de 1948 movilizó a aquel fatídico grupo de jóvenes oficiales egipcios. Esos hombres, junto con sus homólogos de Damasco y Bagdad, se convertirían en la vanguardia de un futuro revolucionario nunca realizado. Prometieron un futuro de igualdad económica, política y social alimentado por el anticolonialismo, el tercermundismo y el socialismo. Desde las orillas del Mediterráneo, del Nilo y del Tigris hasta el oasis de Guta, esos militares, los padres fundadores, destruirían la promesa anticolonial que habían proclamado.
En su lugar cimentaron un autoritarismo resistente que encarceló al mismo pueblo al que el nacionalismo árabe se había comprometido a liberar. Si uno se hubiera detenido a buscar entre los maltrechos fragmentos de las promesas revolucionarias habría hallado la idea de Palestina. La fraternidad autoritaria del mundo árabe la desentrerraría como una defensa de todos los imperativos con los que no lograron cumplir. Los padres militares fundadores se sirvieron de Palestina para probar que seguían creyendo en lo que habían prometido a unos súbditos indignados por su pura hipocresía: la idea de Palestina simbolizaba la libertad y el anticolonialismo.
La fraternidad autoritaria de hoy en día ha acabado con los valientes y fallidos esfuerzos de los revolucionarios árabes para reivindicar el futuro y difiere además de la de los padres militares de antaño. Esta de ahora encuentra complacencia en la cohorte de líderes internacionales que quieren aniquilar a sus opositores y esperan impunidad internacional. No se ven obligados a defender la libertad de boquilla. La libertad es la antítesis de lo que tienen previsto en el presente y para el futuro, e intentarán acabar con ella.
Por eso ya no aparece en la retórica de los Estados árabes la idea de Palestina. Puede que lo lamentemos. Tiene consecuencias nefastas para la consolidación de la Nakba en que se ha convertido la realidad palestina actualmente. Seamos claros: el futuro es sombrío. Pero tal vez podamos retomar como han hecho tantos radicales en el mundo árabe y en otros sitios la lucha por la libertad, y volver a la idea de Palestina para fortalecerla ante el próximo combate. Mientras lo hacemos, una pregunta devastadora nos ronda: ¿habrá perdido Palestina sólo a los Estados árabes o también a sus pueblos?
Ibrahim Fraihat
Se han producido una serie de acontecimientos que sugieren el auge de relaciones entre Israel y varios Estados del Golfo especialmente desde la llegada de Donald Trump al poder. Comenzó con las reuniones en 2015 del ex general saudí Anwar Eshki con ex funcionarios israelíes como Dore Gold, y con la posterior visita divulgada de Eshki a Tel Aviv. Hace poco Omán recibió al primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu en visita oficial, Emiratos Árabes Unidos recibió a la Ministra de Deportes y Cultura israelí Miri Regev, Bahrein participó en una carrera ciclista en Jerusalén el Día de la Nakba, y Qatar recibió a un equipo de gimnasia israelí y celebró con el himno nacional de Israel que uno de sus atletas ganase la competición. Sólo Kuwait parece haberse opuesto firmemente a cualquier forma de relación con Tel Aviv.
Aunque se prevén más encuentros en un futuro próximo, que se vaya a desarrollar una relación sostenible y a largo plazo entre Israel y los Estados del Golfo está lejos de la realidad. Cuando los Estados del Golfo se den cuenta de que lo único que consiguen con esa relación es legitimar internacionalmente a Israel y deslegitimarse a sí mismos ante sus poblaciones nacionales puede que vuelvan a sus posiciones iniciales. Lo cual sería una buena noticia para los palestinos porque podrían beneficiarse de las relaciones con los Estados del Golfo sin la interferencia israelí.
La primera razón por la que la relación del Golfo con Israel está condenada es que no cuenta con el apoyo de sus ciudadanos y ciudadanas y, por lo tanto, sigue restringida a los funcionarios gubernamentales de ambas partes. Ni un solo país del Golfo la apoya a nivel popular. Al contrario, hay figuras públicas próximas a sus gobiernos que han expresado abiertamente su indignación ante las relaciones con Tel Aviv.
Se podría argumentar con razón que aunque los egipcios y egipcias nunca se han normalizado con Israel las relaciones gubernamentales egipcio-israelíes se han seguido manteniendo, pero es que la frontera de Egipto con Israel hace que el conflicto sea fundamental para la seguridad nacional egipcia. No es el caso del Golfo, cuyos gobiernos generalmente perciben que lo que afecta a su seguridad nacional son los acontecimientos con Irán y no con Palestina.
Además, la emergente alianza entre Estados Unidos, el Golfo e Israel no se asienta en una asociación igualitaria –en términos de derechos, obligaciones y beneficios– sino en la manipulación y la explotación. Los beneficios de Israel y de la administración Trump son reales mientras que los de los Estados del Golfo son promesas o intuiciones. Hasta ahora Estados Unidos se ha beneficiado de importantes ventas de armamento al Golfo, y ha abandonado sus obligaciones en el marco del acuerdo internacional sobre la congelación del programa nuclear iraní (JCPOA , en sus siglas en inglés) a pesar de que Irán ha seguido manteniendo su compromiso. Por su parte, Israel ha obtenido ventajas inéditas en la cuestión Palestina, como el traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén y los recortes de Trump de la ayuda estadounidense a la UNRWA. Asimismo está consiguiendo que se quiebre el histórico boicot árabe a Israel considerado desde siempre como una reserva estratégica palestina.
En contraste, el único beneficio de los Estados del Golfo es la percepción de que en algún momento la alianza [estadounidense-israelí-Golfo] eliminará la amenaza iraní. Pero se trata de un objetivo cuestionable. En primer lugar, Estados Unidos e Israel no ven incentivo alguno para arriesgarse a nuevos enfrentamientos con Irán una vez que se materialicen sus beneficios. Y lo que es más importante, no les interesa a largo plazo eliminar por completo la amenaza iraní porque la utilizan para manipular a las petromonarquías. La amenaza permite a Estados Unidos, por ejemplo, seguir siendo el único proveedor de seguridad a los regímenes árabes del Golfo. El mantenimiento de la amenaza es aún más importante para Israel, que históricamente ha exprimido el compromiso estadounidense con la superioridad militar de Israel en la región para que Estados Unidos le siga suministrando tecnología avanzada. La “amenaza iraní” es el mecanismo que garantiza el suministro continuo de fondos y tecnología militar de Washington a Tel Aviv.
Los Estados árabes del Golfo que se apresuran a edificar las relaciones con Israel están falsamente convencidos de que el camino hacia el corazón y la mente de Trump pasa por Tel Aviv. No es más que un mito que Israel exagera con eficacia especialmente ante esos países. Los Estados árabes del Golfo deben tomar conciencia de que prestan servicios indispensables a Washington en bastas materias como petróleo, antiterrorismo y bases militares, y por lo tanto no necesitan que nadie les dé acceso a la Casa Blanca.
Pero es que además la relación no tendrá éxito simplemente porque ya se intentó antes y fracasó. En 1995 Qatar abrió una oficina comercial de Israel para acabar descubriendo que no le aportaba más que una pesada carga. La cerró en en 2009 y ordenó a sus funcionarios que abandonaran el país.
La relación Golfo árabe-Israel está condenada también porque va en contra de los intereses de los propios Estados árabes. Un Israel normalizado en Oriente Próximo competirá económicamente con las ciudades como Dubai. Para Arabia Saudí la normalización no sólo deslegitimará su posición de liderazgo en el mundo musulmán sino que provocará que los medios de comunicación iraníes denuncien las relaciones de Riad con Israel, lo que dará a Irán preponderancia ideológica.
Finalmente, esa alianza no tiene anclaje institucional y el único poder que la mantiene unida es el de Trump mientras esté en el cargo. Si las elecciones de 2020 llevan a un presidente demócrata a la Casa Blanca se derrumbará todo el proyecto de “enfrentarse a Irán” y las partes volverán a sus posiciones originales. Pero Washington y Tel Aviv mantendrán los beneficios reales obtenidos mientras los Estados del Golfo se quedarán con las manos vacías. Habrán perdido las cartas que una vez tuvieron para jugar un papel influyente en la política regional.
A pesar de este giro de los acontecimientos los palestinos no deberían abandonar a los Estados árabes del Golfo porque eso beneficia al gobierno israelí. Los Estados árabes del Golfo tienen la oportunidad de volver a respaldar más sólidamente los derechos palestinos, así como de jugar un papel más eficaz en la política regional. Además, los palestinos cuentan con aliados en el Golfo: la gente común de sus países que jamás ha aceptado la normalización con Israel. Y son ciertos sectores de los regímenes del Golfo y no los sistemas estatales en su conjunto quienes están detrás de la colaboración con Israel. Por tanto, a los palestinos les conviene mantener relaciones tanto diplomáticas como con los actores de la sociedad civil del Golfo para asegurarse de no perder un actor clave en su lucha contra Israel.
Lubna Qutami
La trascendencia de los cambios producidos en la región árabe desde los levantamientos de 2011 ha planteado cuestiones decisivas sobre la relación entre la inconclusa lucha anticolonial y descolonizadora en Palestina y las aspiraciones de libertad, justicia y de acabar con los regímenes totalitarios que tienen las poblaciones árabes. Conforme los regímenes árabes reeditan una nueva y quizás más ofensiva alianza de normalización política, diplomática, militar y económica con el Estado de Israel vuelven a traicionar los anhelos populares de un cambio sustancial en sus propios países. Por lo tanto, la humillación de los palestinos y de los árabes por parte de los regímenes políticos, que actúan como guardianes del orden, va en paralelo.
La historia de los regímenes títeres no es nueva en el Sur global, y ciertamente no lo es en la región árabe. Durante al menos 40 años varios países árabes han actuado en interés de las potencias hegemónicas mundiales y no en interés de sus propios pueblos. En el caso de Jordania y Egipto, esa decisión cristalizó en tratados de paz con Israel que pusieron fin a las perspectivas de confrontación directa con el Estado israelí. Pero la cesión a la hegemonía regional sionista se produjo también de otras maneras y también en países que no mantenían relaciones diplomáticas formales con Israel.
Lamentablemente, la clase política palestina cuya dirección contó en otro tiempo con miembros que explícitamente criticaban a los regímenes árabes, se ha aliado oficialmente a ellos desde los Acuerdos de Oslo de 1993, pero especialmente desde 2007, cuando la cooperación en materia de seguridad entre palestinos e israelíes se intensificó de forma inédita. Aunque 2011 brindó una oportunidad extraordinaria para llevar al primer plano la liberación palestina como parte de una nueva fase de la historia árabe, a los palestinos, lamentablemente, les sorprendió mal preparados para aprovechar el momento, en parte por la fragmentación interna de la vida política palestina que se intensificó en 2006 cuando Hamás ganó las elecciones parlamentarias. Desde entonces, la división entre Fatah y Hamás ha encallecido la fractura palestina, ha debilitado a los palestinos en el panorama regional, ha dificultado la recuperación de una visión y un programa político coherentes, y ha situado los intereses de las facciones y las lealtades geopolíticas y globales por encima del proyecto de liberación nacional.
La paradoja hoy en día es que justo cuando las iniciativas internacionales para promover el Boicot, la Desinversión y las Sanciones (BDS) a Israel son más eficaces, los palestinos siguen sepultados por la coacción de las relaciones con israelíes y estadounidenses e incapacitados desde el punto de vista geopolítico mientras los regímenes árabes intensifican su normalización con el Estado israelí. La dimensión árabe de la lucha nacional palestina debe entenderse en el contexto de la división entre los que están en el poder y los que lo desafían.
En primer lugar, hay que entender la precariedad de la condición colonial palestina. El pueblo palestino habita en una ontología de la Nakba en la que la vida, la tierra, las instituciones políticas, la visión y el desarrollo de estrategias de los palestinos están sistemáticamente diezmados por el asedio, el exilio y la aniquilación que atraviesa las múltiples fases de su lucha y los lugares físicos de su resistencia.
Para los revolucionarios palestinos de los años cincuenta y sesenta que fundaron los partidos políticos y más tarde el movimiento de los fedaye, la viabilidad y la necesidad de iniciar sus operaciones políticas estando en el exilio significó formular su identidad y sus estrategias nacionales de manera interdependiente con actores regionales e internacionales. Esta formulación interdependiente de la lucha nacional palestina dirigida sobre todo por la OLP tras la guerra de 1967, significó que los palestinos contaran con un considerable apoyo de actores estatales y no estatales regionales e internacionales, pero también que fueran vulnerables a los caprichos de las re-configuraciones regionales y mundiales del poder. Con cada transformación regional y global, los palestinos se han visto forzados a empezar de nuevo sin poder capitalizar su acerbo material y político en un contexto de múltiples éxodos (desde Jordania, Líbano, Chipre, Túnez, Kuwait y, más recientemente, Iraq y Siria).
Al intentar resolver esta precariedad, la corriente de pensamiento y poder político dominante dentro de la OLP, anclada esencialmente en la dirección de Al Fatah, se tomó las cuestiones de la autodeterminación, la independencia y la identidad de los palestinos literalmente, de tal manera que tomó decisiones pragmáticas en su búsqueda de un Estado sin prestar atención a las trampas de la condición del Estado y a sus subsiguientes disposiciones institucionales. Cada decisión vino
determinada por el pragmatismo más que por el marco, la ideología, los principios y una estrategia premeditada para mantener o incluso conseguir una confrontación directa entre los regímenes árabes e Israel. Después de 1974 este pragmatismo nacionalista se convirtió en el motor definitivo de la estrategia en detrimento de los principios revolucionarios de interrumpir y des-normalizar la permanencia e influencia de un Israel sionista en toda la región.
Aunque la OLP todavía no había abandonado la guerra de guerrillas y la resistencia armada como métodos para adquirir poder, se hizo cada vez más vulnerable en la región como resultado de la profundización de las relaciones entre los regímenes árabes e Israel y Estados Unidos. Durante su estancia en Líbano y tras su exilio a Túnez en 1982, la OLP comenzó a depender de la diplomacia internacional como principal estrategia para la creación de un Estado. Los Estados árabes tuvieron que cooperar con la OLP para recaudar impuestos entre los palestinos que vivían dentro de sus fronteras, y mantuvieron cierta ambivalencia a la hora de negociar acuerdos abiertos con Israel en aras de mantener la credibilidad entre sus poblaciones. Pero la cooperación se volvió simbólica y transaccional en lugar de seguir arraigada en un modelo de lucha conjunta para hacer frente al expansionismo sionista.
A principios de la década de 1990, la OLP había sobrevivido a múltiples fases de derrota, éxodo y pérdida en varios lugares de la región. Tras una primera Intifada sorprendentemente exitosa, los israelíes se vieron finalmente obligados a negociar con la OLP. El pueblo palestino vio cómo la caída de la Unión Soviética, la impotencia de las naciones árabes, la [primera] guerra del Golfo y la salida subsiguiente de unos 250.000 palestinos de Kuwait como consecuencia de que la OLP apoyara a Sadam Husein, limitaron la capacidad de los dirigentes de mantener su lucha de resistencia estando en el exilio.
El camino hacia los Acuerdos de Oslo, que marcaron la capitulación y la normalización oficial palestina con Israel, comenzó mucho antes de 1993 y se vio profundamente influenciado tanto por la precariedad derivada de la ontología de la Nakba como por el giro desesperado hacia un pragmatismo nacionalizado como forma de superar la merma de poder de la dirección palestina y su permanencia en el exilio. En esas condiciones, los dirigentes políticos palestinos tomaron decisiones perjudiciales para su pueblo y adoptaron posiciones pragmáticas pero indignas cuando se trataba de apoyar los derechos y la dignidad de sus hermanos y hermanas árabes.
Por todo ello, haríamos bien en cuestionar la afirmación ampliamente aceptada de que los árabes abandonaron Palestina y a los palestinos. Más bien, la dirección palestina debería asumir la responsabilidad que le corresponde por aquello sobre lo que sí tuvo control en el contexto de la ocupación colonial y la desposesión, aunque valga decir que no fue mucho. Los regímenes árabes y el establishment político palestino operaron en tándem para nacionalizar la causa palestina y neutralizar a los países árabes en la confrontación con Israel. Al final, no existe división entre palestinos y árabes sino entre las aspiraciones revolucionarias de los pueblos y los intereses de quienes se apropian del poder político.
Autoras*
Nadine Naber, miembro de Al Shabaka, es profesora asociada del Programa de Estudios de Género y de la Mujer y del Programa de Estudios Asiáticos Internacionales. Directora fundadora del Centro Cultural Árabe-Estadounidense de la Universidad de Illinois en Chicago, Nadine es autora de Arab America: Gender, Cultural Politics, and Activism (NYU Press, 2012). Es co-editora de los libros Race and Arab Americans (Syracuse University Press, 2008); Arab and Arab American Feminisms, ganador del Arab American Book Award 2012 (Syracuse University Press, 2010); y The Color of Violence (South End Press, 2006). Ha trabajado con grupos como el Equipo de Defensa Rasmea Odeh, USACBI, AROC, e INCITE y Women of Color against Violence. Actualmente es miembro del consejo editorial del Journal of Palestine Studies, del Critical Ethnic Studies Journal, y de las publicaciones de la Universidad de Nebraska y de la University of Washington Press.
Sherene Seikaly, miembro de Al Shabaka, es profesora asociada de Historia en la Universidad de California, Santa Bárbara. Es editora del Arab Studies Journal, cofundadora y co-editora de Jadaliyya e-zine, y miembro del consejo editorial del Journal of Palestine Studies. Su obra Men of Capital: Scarcity and Economy in Mandate Palestine (Stanford University Press, 2016) explora cómo los sectores capitalistas palestinos y los funcionarios coloniales británicos utilizaron la economía para moldear el territorio, el nacionalismo, el hogar y los cuerpos. Ha publicado en revistas académicas como International Journal of Middle East Studies y Journal of Middle East Women’s Studies, así como en las webs de Jadaliyya, Mada Masr y 7iber.
Ibrahim Fraihat, miembro de Al Shabaka, es profesor de Resolución de Conflictos Internacionales en el Instituto de Estudios de Posgrado de Doha, y becario en la Universidad de Georgetown. Anteriormente ha sido miembro visitante de la Institución Brookings, y profesor en la Universidad George Washington y en a Universidad George Mason. Su último libro es Unfinished Revolutions: Yemen, Libya and Tunisia after the Arab Spring (Yale University Press, 2016). Ha recibido el Premio de Alumnos Distinguidos de la Universidad George Mason (2014).
Lubna Qutami, miembro de Al Shabaka, es doctoranda en el Departamento de Estudios Étnicos de la Universidad de California, en Riverside. Qutami también fue Directora del Centro Cultural y Comunitario Árabe (ACCC) en San Francisco, así como fundadora, miembro y ex coordinadora general internacional del Movimiento Juvenil Palestino (PYM). Fuente: https://al-shabaka.org/roundtables/who-lost-the-arabs-regional-relations-with-palestine/
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