Por: Alberto Rodríguez García
“Turquía pronto avanzará con su operación planificada desde hace tiempo en el norte de Siria. Las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos no apoyarán ni participarán en la operación, que habiendo derrotado al ‘califato’ de ISIS, ya no estarán en el área inmediata”. De este modo la Casa Blanca hacía oficial que dejaría a las YPG/Fuerzas Democráticas Sirias completamente expuestas a la invasión de Turquía y sus rebeldes.
Como ya se esperaba que pasaría desde hace más de un año, Turquía ha decidido invadir la auto-proclamada Federación Democrática del Norte de Siria para en palabras del gobierno “erradicar la presencia del Estado Islámico, la del PKK y reubicar a los refugiados” en la Operación Primavera de Paz. Esta campaña no es más que la continuación lógica de la Operación Rama de Olivo, en la que desde el 20 de enero de 2018 los turcos y también los rebeldes conquistaron Afrín expulsando a las YPG por completo. Echando la vista atrás, sin embargo, la invasión de Afrín por parte de Turquía no ha aportado nada positivo a la región. Desde la Operación Rama de Olivo, Afrín se ha convertido en un foco de violencia, secuestros, asesinatos, saqueos y, en esencia, inestabilidad.
Contra la retórica establecida, Erdogan no busca ni hacerse con Siria, ni perpetrar un genocidio contra los kurdos ni ver un nuevo resurgir del ‘Califato’. Los objetivos del mandatario turco son muy claros: expulsar a las YPG, la sección siria del Partido del Trabajo del Kurdistán (PKK) que actúa como insurgencia guerrillera contra el gobierno turco, al menos 30 kilómetros al sur de su frontera y, de paso, establecer un territorio en el que ‘re-colocar’ a los refugiados, que se han convertido en un problema para el gobierno. Para ello, sin embargo, Erdogan cuenta con los matones del Ejército Nacional Sirio, que a pesar de su nombre no son más que yihadistas y mercenarios que responden a las directrices de Ankara. Y es que los grupos que quieren conquistar ahora el noreste de Siria son los mismos que en Idlib conviven con al-Qaeda. No en vano, el máximo líder de Hayat Tahrir al-Sham, Abu al-Jolani, es defensor de la intervención turca. Es por el fanatismo de estos grupos que además de los kurdos, los cristianos asirios y armenios también están siendo víctimas de Turquía y sus matones.
En las primeras horas de la Operación Primavera de Paz, los rebeldes proturcos ya han bombardeado con aviones y artillería 181 objetivos, capturado varias localidades, asediado la primera línea defensiva ‘kurda’ Tell Abyad y provocado decenas de bajas y miles de desplazados. Frente a esta debacle, las YPG se han quedado solas, y solo rendirse de forma incondicional a Damasco desarmando a sus milicias podría evitar la masacre de civiles que está por suceder.
Un historial de traiciones
No es aventurado afirmar que los mal llamados ‘kurdos’, es decir, las YPG y su aparato político el PYD, se han quedado solos porque así se lo han buscado. Hay una reflexión muy repetida por los nacionalistas kurdos y sus apologistas que dice: “Sin más amigos que las montañas”. A estas alturas, ni las montañas son amigas de las YPG. El PYD y los nacionalistas kurdos, movidos por el caciquismo tribal, por la mentalidad cortoplacista y los intereses inmediatos del clan, decidieron anteponer sus ambiciones políticas a la comunidad. Las YPG decidieron dejarse embaucar por la lengua de la serpiente estadounidense y los enemigos de Siria con la promesa de una autonomía –etno-estado de facto– como la del Gobierno Regional del Kurdistán de los Barzani, no tan diferente de lo que supuso la creación del estado judío de Israel.
Las mismas YPG que ahora piden ayuda desesperadamente a Rusia y Siria, no dudaron en 2012 ser simples espectadoras mientras veían cómo el Ejército Árabe Sirio se desangraba en el norte. Son las mismas YPG que en 2013 abatieron a 376 y capturaron a 790 soldados del Ejército Sirio (y ningún rebelde). Son las mismas YPG que ese mismo año intentaron expulsar a las autoridades sirias de Hasaka. Son las mismas YPG que en 2014 intentaron expulsar a las autoridades sirias de Qamisli. Son las mismas YPG que en 2015 crearon las Fuerzas Democráticas Sirias, forjando alianzas con los mismos grupos rebeldes que llevaban años combatiendo al ejército sirio. Algunos de estos grupos, como Jaysh Thuwar ar-Raqqa, Liwa al-Jihad fi Sabeel Allah o Liwa Owais al-Qorani por cierto, antiguos aliados de al-Qaeda y hasta ISIS. Son las mismas YPG que en 2016 volvieron a intentar expulsar a las autoridades sirias de Qamisli y Hasaka, atacando directamente a los asirios locales. Son las mismas YPG que en 2017 se enfrentaron al Ejército Sirio en Tabqa. Son las mismas YPG que en 2018 cerraron escuelas y detuvieron a patriarcas asirios por no aceptar el modelo nacionalista kurdo que querían imponer a la población re-escribiendo la historia. Son las mismas YPG que en 2019 ya habían entregado al menos 12 bases en el norte de Siria a Estados Unidos. Basta tener algo de memoria pues, para entender que el gobierno sirio “no se vea preparado para negociar con los grupos kurdos apoyados por EE.UU.”
Siria no le debe nada a las Fuerzas Democráticas Sirias en general y las YPG en concreto. Contra la retórica establecida, las YPG no fueron quienes salvaron Siria de la barbarie del Estado Islámico. Si bien jugaron un papel fundamental en la lucha contra el grupo terrorista, sus avances estaban más motivados por evitar que el Ejército Sirio recuperase Raqqa y los pozos de gas y petróleo que por la lucha revolucionaria y anti-terrorista. No hay otro bando en Siria que haya infligido más bajas al Estado Islámico que Rusia y el ejército sirio, sin olvidar la titánica labor de los iraquíes contra el califato.
Las YPG durante años se vieron a sí mismas como el caballo ganador de la guerra. Contaban con el respaldo de la OTAN, en el último año se hicieron con la mayoría de recursos petroleros y gasísticos sirios y la autonomía era una realidad. Pero todo ello no era más que una quimera. Jamás tuvieron el control de la situación. Eran poco más que unas marionetas, unos tontos útiles que cegados por la ambición política, hicieron de cipayos para las fuerzas que querían destruir Siria. Pero ahora ya no tienen nada que ofrecer. Durante años han estado agachando la cabeza resignándose al mandato norteamericano sin ver, embriagados con las promesas de una autonomía, que tarde o temprano Estados Unidos tendría que elegir entre una milicia tribal sin amigos en el terreno o uno de los ejércitos más grandes de la OTAN.
Como Diodoro, Orosio y Apiano traicionando a Viriato, las YPG decidieron acostarse los enemigos tradicionales de Siria con tal de satisfacer sus ambiciones políticas. Así, abrieron las bases del norte a tropas norteamericanas, francesas y británicas. Así, llegaron a acuerdos con Arabia Saudí e incluso sionistas recalcitantes. Así, robaron el petróleo y gas sirio de al-Omar, Atallah, Jafra, Tanak… Pero ahora que han dejado de ser útiles, Trump ha respondido del mismo modo que el procónsul Quinto Servilio Cepión: Washington no paga traidores.
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