En un pequeño territorio de Kurdistán la brutalidad desplegada por el Estado turco se vive de forma cotidiana. Mercenarios que secuestran, violan a las mujeres y saquean las propiedades. Bombardeos de la aviación turca que destruyen hogares e instituciones. El robo sistemático de la producción de olivos y de reliquias antropológicas. El desplazamiento forzado de casi trescientas mil personas y el cambio demográfico aplicado por los ocupantes.

Todo esto desde 2018 en una región que, en plena guerra en Siria, era considerada la más pacífica del país, y donde se habían refugiado unos quinientos mil sirios y sirias que escapaban de un conflicto bélico que parece nunca acabar.

Ese lugar en el que ahora la muerte campea por todos lados es Afrin, el cantón kurdo conformado por alrededor de 380 aldeas y pueblos, ubicado a cuarenta kilómetros de la ciudad de Alepo. Dividido en siete distritos, la zona tiene grandes plantaciones de olivos debido a su geografía montañosa y con valles. La tierra de Afrin además es fértil para la producción de frutas y verduras, siendo un pequeño granero dentro de Rojava.

¿Ustedes escuchan a los gobernantes europeos lanzar sus lágrimas de cocodrilos por Afrin, como lo hacen por Ucrania? ¿Y al presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que dice abrazar la democracia y la libertad? ¿Escuchan, tal vez, que dentro de la sede de la OTAN retumban las amenazas contra la administración turca, empecinada en bombardear a los y las kurdas, estén donde estén? Por supuesto que no.

«Recité suras del Corán para salvar nuestras vidas. Si no, nos habrían matado». Las palabras son de Emira Fuat, una mujer de 65 años que fue desplazada de Afrin. Emira cuenta que esa fue su respuesta cuando mercenarios y soldados turcos fueron a su casa y la acusaron de infiel por profesar el yazidismo, una de las tantas religiones que hay en Medio Oriente.

La historia de Emira fue reflejada por la periodista Beritan Sarya en la agencia de noticias ANF. En el reportaje se recordó que en Afrin vivían alrededor de 25 000 yazidíes, pero hoy solo quedan dos mil. Del total de kurdos yazidíes, unos siete mil ahora sobreviven en el campo de refugiados de Shehba, en el norte de la provincia siria de Alepo.

A Emira la despojaron de todas sus pertenencias materiales, pero lo más doloroso fue que los mercenarios que ocupan el cantón kurdo, respaldados y financiados por Ankara, asesinaron a uno de sus hijos. Como si fuera poco, también secuestraron a su marido. Para conseguir su libertad tuvo que pagar un rescate: 5000 dólares que consiguió como pudo. Cuando se reencontró con su marido, tenía un pie roto y la espalda llena de hematomas. Una marca registrada que dejan los yihadistas que controlan Afrin.

Emira conoce muchos casos de hombres y mujeres secuestradas en Afrin, de casas saqueadas y bienes robados.

Lo que está ocurriendo en Afrin es horrible —le relató a la periodista de ANF—. La vida ya no es posible bajo la ocupación y los yazidíes están siendo particular y cruelmente oprimidos. Solo tengo un deseo: que los turcos y sus bandas desaparezcan de Afrin. Queremos volver a nuestra patria.

La ocupación ilegal de Afrin se concretó entre el 16 y el 18 de marzo de 2018. Dos meses antes, la aviación turca comenzó con bombardeos masivos contra la región. En un principio, las FDS [Fuerzas Democráticas Sirias] y las YPG/YPJ [Unidades de Protección Popular/Unidades Femeninas de Protección, por sus siglas en kurdo] resistieron los ataques, pero sus capacidades militares eran escasas para enfrentar las incursiones aéreas. Entonces decidieron trasladar a la mayor cantidad posible de población a lugares seguros.

¿Quiénes estaban en condiciones de detener a Turquía? Rusia y Estados Unidos. Pero no hicieron nada. Moscú, que controla el espacio aéreo de la zona, por su alianza sinuosa con Ankara, que siempre es redituable. Estados Unidos, que tiene tropas en el territorio, se justificó diciendo que sus fuerzas solo luchaban contra el Estado Islámico. Excusas.

Es un secreto a voces que Turquía reclutó a cientos de yihadistas de ISIS, les recortó las barbas, le cambió sus ropas negras y los sumó a las decenas de grupos terroristas que conforman el Ejército Nacional Sirio (ENS), encargado de perpetuar la ocupación de Afrin.

Informes difundidos por la Organización de Derechos Humanos de Afrin (ODHA) revelaron que la población kurda en el cantón se redujo del 95 % al 15 % o 25 % desde que comenzó la invasión. Esto es una consecuencia «de las políticas sistemáticas de limpieza étnica y cambio demográfico», denunciaron.

Otras cifras de la ODHA demuestran lo que implica la invasión turca a Afrin: un total de 676 civiles fueron asesinados y más de setencientos sufrieron heridas por los bombardeos y las torturas de los mercenarios. Entre estos últimos hay 303 niños y 210 mujeres. La ODHA también registró un aumento sistemático de femicidios: 84 mujeres fueron asesinadas por los mercenarios, de las cuales seis murieron luego de ser violadas.

Uno de los grandes negocios de los ocupantes son los secuestros: desde el 20 de enero de 2018, cuando comenzaron los bombardeos turcos, 8328 personas vivieron este calvario. Del total, según la ODHA, se desconoce el paradero del 35% de los y las secuestradas. En estos cuatro años, mil mujeres fueron raptadas por los ocupantes.

Con respecto al cambio demográfico, la ODHA señaló que desde la invasión de Turquía entre cuatrocientas mil y quinientas mil personas fueron trasladadas de otros países para establecerse en Afrin. En una entrevista, İbrahim Şexo, portavoz de la ODHA, recordó que el pueblo de Afrin resistió durante 58 días los ataques turcos. El representante kurdo agregó: «Afrin fue asaltada por 72 aviones, decenas de tanques, 25.000 mercenarios y miles de militares. En algunos casos, también emplearon gas químico. En los últimos días de la ocupación cometieron principalmente atrocidades contra civiles».

La ocupación de Afrin por parte de Turquía no es un hecho aislado. En Rojava, las fuerzas mercenarias respaldadas por Ankara también controlan las zonas de Al Bab, Gîre Spî y Serêkaniyê, todas arrancadas a sus pueblos originarios y que eran gobernadas por la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria, la máxima autoridad que reúne a kurdos, asirios, armenios y árabes de diferentes pensamientos políticos y religiosos.

Para el gobierno del presidente Recep Tayyip Erodgan lo que sucede en Rojava es inaceptable. Sobre todo, teniendo en cuenta que en el sudeste turco viven más de veinte millones de pobladores kurdos. Y que una gran mayoría apoya al Movimiento de Liberación de Kurdistán y al confederalismo democrático, el paradigma sintetizado por Abdullah Öcalan, que impulsa la liberación de las mujeres, el ecologismo, la organización comunal y una economía anticapitalista. Por levantar las banderas del confederalismo democrático, Öcalan hace más de dos décadas que está prisionero en la isla-prisión de Imrali, una base militar en el corazón del mar de Mármara.

Con la ocupación de Afrin, Turquía viola las más básicas leyes internacionales. Pero a Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea (UE) no les importa demasiado. Todos siguen vendiendo toneladas y toneladas de armamento a Ankara. Y todos quieren tener a Erdogan de su lado. No importa que el presidente turco encabece un régimen represivo y autoritario. Para Washington, Moscú y Bruselas el objetivo es contener y utilizar a Erdogan según su conveniencia. Los lamentos de la población de Afrin que sobrevivió a la masacre y ahora inunda los campos de refugiados, por lo visto, no llegan a los despachos donde se definen las estrategias para repartirse, otra vez, Medio Oriente.