Embriagado por el espejismo de la prosperidad económica, el Perú se acelera hacia su nefasto destino. Es como una lancha que naufraga con los motores averiados y va hacia las cataratas del Niágara. Sus ocupantes dormitan, sedados por sus comandantes, quienes sin desparpajo se reparten todo lo que queda en la nave, listos para saltar con el botín.