¿Un Octubre del mundo árabe?
El discurso pronunciado el jueves por Hosni Mubarak cayó como un balde de agua helada sobre los manifestantes reunidos en la Plaza Tahrir de El Cairo. Había cundido la ilusión de que el vetusto dictador anunciaría su retirada de la vida pública y que abriría las puertas para constituir un “comité de salvación nacional” para hacerse provisoriamente cargo del gobierno, convocar a una asamblea constituyente, establecer una nueva institucionalidad democrática, llamar a elecciones y formar, finalmente, un gobierno legítimo. En lugar de eso Mubarak ratificó su continuidad en el mando hasta las programadas elecciones de septiembre, aún transfiriendo algunas de sus prerrogativas a su vicepresidente Omar Suleimán y otras, no demasiado especificadas, al alto mando militar. De hecho, lo que hizo fue decir al pueblo movilizado desde hacía 17 días que todo había sido en vano. Lo suyo fue una postrera provocación, que en la mente de un argentino no podía sino recordar al absurdo discurso pronunciado por Fernando de la Rúa la noche del 19 de Diciembre del 2001. En ambos casos los mandatarios ya desahuciados pretendieron apagar el incendio arrojando gasolina sobre las llamas. Y así les fue. La formidable reacción que produjo el discurso de Mubarak desencadenó la “tormenta perfecta” tan temida por Hillary Clinton y el tirano egipcio tuvo que fugarse ignominiosamente de El Cairo para poder salvar su pellejo… y su colosal fortuna.