Grande fue mi sorpresa, el 16 de junio, al toparme en la portada de Rebelión con una entrevista a la ex comandante y guerrillera histórica sandinista Mónica Baltodano (1) realizada por Marcelo Colussi y Rodrigo Vélez-Guevariando. Como si de alguna casualidad se tratase, el rotativo de la embajada estadounidense en Managua, La Prensa S.A, publicaba el 14 de junio otra entrevista a la ex-comandante con el sugerente título: “No necesitamos lucha armada para botar a Daniel”. (2)
En la entrevista publicada por Rebelión, que según los autores forma parte de un trabajo más amplio de investigación sobre las guerrillas latinoamericanas, la ex-comandante desarrolla el tema de la legitimidad histórica y la actualidad de la lucha armada en América Latina para concluir en que “ningún grupo dominante, cualquiera que sea su signo, renuncia pacíficamente a sus privilegios y al poder” por lo que, “seguro”, también en el futuro asistiremos al surgimiento “de nuevas formas de lucha armada”.
Con los actuales gobiernos de izquierda en la región, razona Baltodano, “si bien se han impulsado programas sociales que han mejorado la condición de vida de amplios sectores, no se ha alterado sustancialmente el régimen económico y social, la estructura de clases”.
Una cosa es la preocupación, legítima, ante las debilidades y los desbalances del actual proceso emancipador por el que atraviesan varios pueblos y países de la región y el continente en su conjunto: La lentitud en la materialización de muchos de los cambios, la dificultad en superar una serie de estructuras y prácticas neoliberales al interior del estado y de los propios movimientos revolucionarios, los variados niveles de conciencia de los sujetos de los procesos de cambios y la necesaria heterogeneidad de un continente producto de numerosas colonizaciones y conquistas. Todos estos son temas que deben ser discutidos crítica y autocríticamente a todos los niveles.
Sin embargo, y para aquel que esté medianamente compenetrado con la realidad de la que provienen los análisis de la ex-comandante, es imposible dejar de advertir tras su diagnóstico de la situación latinoamericana una profunda mala fe Ya pocos de los que hayan leído con atención la entrevista de Baltodano, aún sin estar al tanto de la realidad nicaragüense, habrán podido pasar por alto alguna mosca gorda flotando en el aparentemente impoluto y espeso vaso de leche de su “revolucionario” análisis.
“Ningún grupo dominante, cualquiera que sea su signo, renuncia pacíficamente a sus privilegios y al poder” dice Baltodano en la entrevista. ¿”Cualquiera que sea su signo”? Para alguien que dice reivindicar la perspectiva de clase, ese recurso a la teoría de los dos demonios, a aquello de “oponerse a la tiranía venga de dónde venga”, por alguna casualidad de la vida, siempre se ha usado contra los gobiernos de izquierda y para lavarle la cara a las dictaduras fascistas – un revelador desliz de la ex-comandante.
La tesis avanzada por Baltodano en la entrevista de que en los gobiernos del ALBA se podrían estar cocinando argollas de grupos privilegiados a los que puede llegar a ser necesario desalojar del poder por la fuerza de las armas merecería ser discutida y tomada en serio si proviniese de algún sector de la izquierda, no importa cuán marginal y radicalista, e independientemente de que funcione como un eco de las rutinarias amenazas del Departamento de Estado.
El problema es que la ex-comandante, a pesar de su estridente batir de cobre para sacar espadas de lata, no representa a izquierda alguna, al menos aparte de la que haya logrado embaucar fuera del las fronteras de la Patria de Sandino, que gustaba decir aquello de “tened presente que a todos se puede engañar con el tiempo, pero con el tiempo no se puede engañar a todos.”
En la entrevista, la ex-comandante se vuelve a poner las botas y el uniforme para darnos una lección magistral de guerra de guerrillas, un arte en el que nadie niega sus méritos y calificaciones. Pero aprovecha ese pedestal de legitimidad para, montada en un “zapatismo” de moda entre intelectuales de la desmovilización y el sectarismo que poco y nada tiene que ver con las luchas de las comunidades en las montañas de Chiapas, adueñarse de toda una tradición de lucha armada que forma parte de las memorias históricas de los pueblos de todo un continente.
Esto lo aprovecha para descalificar a un gobierno que, justamente, si algo no propugna es la criminalización de los movimientos sociales. Este gobierno (perdón, “régimen”) sandinista que, según la ex-comandante,”favorece a las grandes transnacionales y al capital financiero regional” está encabezado por un presidente que en 1997 concedió la orden Augusto C. Sandino a Manuel Marulanda; este gobierno fue el primero en conceder asilo a las sobrevivientes del criminal ataque de Uribe al campamento de las Farc en Colombia, así como al líder de los pueblos indígenas de la amazonia peruana Alberto Pizango aún cuando, como en el caso de éste último, esto ocasionase problemas políticos para el país.
¿Favorece este “régimen” a las grandes transnacionales y al capital financiero regional? ¿Cómo se favorece a esos intereses entregando créditos del ALBA a decenas de miles de pequeños y medianos agricultores y ganaderos, o dando títulos de propiedad masivos, no sólo a los campesinos, sino a las comunidades indígenas? ¿Cómo se favorece al “sistema”, como tan abstractamente le gusta formularlo a la ex-comandante, reduciendo el analfabetismo al 3,5 por ciento, o declarando gratuitas la educación y la salud, o sacándole canas verdes al FMI con bonos salariales del ALBA para los empleados públicos?
¿Significa esto que el neoliberalismo se acabó en Nicaragua? Claro que no. Pero tampoco Allende había logrado acabar con el capitalismo al cabo de sus 1000 días de gobierno , ni la revolución de los 80s en Nicaragua, que estuvo más de 3.600 días en el poder. Tan poco como se podría acusar a la Unidad Popular o al gobierno sandinista de los 80s de procapitalistas, se puede acusar de ello a este gobierno. Por favor, un poco de seriedad.
Ojalá el debate levantado por la ex-comandante tuviese que ver con una crítica al burocratismo, a las limitaciones y a los errores del actual gobierno. Ojalá ese debate estuviese motivado por una sincera preocupación por el destino de los procesos revolucionarios en marcha en América Latina. Ojalá estuviese guiado por una identificación con el destino de las mayorías hambrientas del Sur Global. Pero desgraciadamente no lo está.
La ex-comandante Baltodano fue una de las dirigentes del ala izquierda del sandinismo. Como es sabido, la decisión mayoritaria del partido a finales de los 90s de seguir una línea de negociación de espacios políticos para avanzar hacia una futura victoria electoral causó fuertes contradicciones que motivaron a que un grupo de compañeros se alejasen de las estructuras de la organización.
Muchos con el tiempo regresaron y algunos de los ellos desempeñan importantes responsabilidades en el actual gobierno, mientras que otros como Mónica Baltodano intentaron hacer tienda aparte, en su caso a través de un Movimiento por el Rescate del Sandinismo (MPRS) el cual a raíz de las elecciones de diciembre de 2006, que finalmente le dieron el triunfo al FSLN, decidió incorporarse a un desprendimiento de derecha anterior, el Movimiento Renovador Sandinista (MRS) en el que permaneció hasta abril de 2009.
Al momento de aliarse con los renovadores el partido de Baltodano sabía muy bien, porque el entonces candidato “renovador” Edmundo Jarquín lo había explicado claramente, que el MRS jamás entraría en una alianza con el FSLN pero que sí estaba dispuesto a hacerlo con el hijo predilecto de la oligarquía financiera nicaragüense y protegido de la embajada yanqui Eduardo “La Rata” Montealegre. Jarquín, con orígenes en la oligarquía conservadora antisomocista, en los 90s fue funcionario del BID y sus propuestas políticas como “renovador” “sandinista” jamás cuestionaron al neoliberalismo, sólo la supuesta “dictadura” del FSLN.
En esos casi tres años de alianza como furgón de cola de la derecha, la ex-comandante de firmes posiciones “antisistema” debe haber tenido que tragar bien amargo en muchas ocasiones, como cuando no se atrevió a votar en contra de una condena promovida por la derecha en la Asamblea Nacional a la decisión soberana de Venezuela de no renovar la licencia al canal golpista RCTV en 2007; como cuándo, para las elecciones de 2006, los activistas electorales de su partido eran capacitados por funcionarios del International Republican Institute o como cuando los dirigentes del MRS, del que formaba parte su organización política, fueron a El Salvador a apoyar la campaña electoral de ARENA, el partido de los escuadrones de la muerte.
¿Cuántos litros de bilis, uno se pregunta, habrá tenido que tragar la ex-comandante desde 2006 hasta nuestros días cada vez que, en alianza o no con el MRS, ha salido a la calle a gritar “¡No a la dictadura danielista!” junto con los partidarios de Montealegre, de Alemán o de la jerarquía católica, o cada vez que los pasquines de la derecha en Managua, La Prensa y El Nuevo Diario, le brindan algún elogio?
¿Cómo hace ex-comandante y presidenta de la Fundación Popol Na para conciliar sus principios de “oposición frontal al sistema” con su participación en las reuniones de la Coordinadora Civil, ese aquelarre de ONGs financiadas por los capitalistas gobiernos de la Unión Europea con el fin de desestabilizar al gobierno nicaragüense? ¿Cómo hace para dormir tranquila sabiendo que su fundación es miembro de la directiva de la Red Nicaragüense por la Democracia y el Desarrollo Local, otra mafia “no-gubernamental” a la que el programa CamTransparencia de la USAID, actualmente manejado por la corrupta multinacional paramilitar DynCorp, cuenta entre sus “socios” en Nicaragua?
La tesis avanzada por la ex-comandante sandinista en la entrevista de que “alguien” podría tomar las armas contra el gobierno sandinista (o contra alguno de los otros gobiernos del ALBA) no tiene nada que ver con un análisis de izquierda sino con la cacofonía de voces catastrofistas que una y otra vez machacan los canales de la dictadura mediática con el fin de desmoralizar y confundir a los pueblos que hoy se levantan a lo largo y ancho del continente.
Es parte de una estrategia fascista porque no se basa en la lucha entre diversas concepciones del mundo sino que se aprovecha de cualquier ideología al alcance para afectar al “grupo-meta” previamente seleccionado y así obtener el efecto sicopolítico deseado. Adapta sus mensajes según el receptor; en el exterior lo empaqueta de una forma, y para el consumo interno lo hace de otra.
En la Nicaragua de hoy, en las páginas de La Prensa y de de El Nuevo Diario, en los programas de la Radio Corporación y otros medios, todas las semanas surgen voces por la izquierda y por la derecha llamando velada o abiertamente a la violencia:
Desde el diputado somocista Freddy Torres amenazando frente a las cámaras de “volver a matar” sandinistas como en los 80s, hasta el obispo de la diócesis de Estelí Abelardo Mata que a cada rato “advierte” sobre alzamientos armados en el norte del país, o los “renovadores” “sandinistas” con sus afiches del héroe nacional Rigoberto López Pérez (que ajustició a Somoza) sugiriendo que “alguien” hoy en día debería seguir su ejemplo. En estos días le toca el turno a la ex-comandante de descontar el salario diciendo que “por ahora” no hay peligro de guerra (pero que lo podría haber).
Se trata de una agenda política calcada de la implementada por los EE.UU para la desestabilización de los gobiernos de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Manuel Zelaya, en un contexto en el que no existen fuerzas armadas con tendencia ni vocación golpistas (muy por el contrario, con raíces revolucionarias y antiimperialistas) y en un país en el que nadie, aún aquellos no afectos al sandinismo o críticos del gobierno, pueden con la mano en el corazón afirmar que el sandinismo en el poder no está haciendo nada bueno en comparación con los gobiernos liberales.
Muy por el contrario, amplios sectores de la población más pobre del país han visto y ven resultados muy concretos y positivos en materia de alfabetización, salud, crédito, programas sociales y de eficiencia en la gestión del estado. No es, evidentemente, con la ayuda de esos sectores, sino más bien en contra de ellos que Baltodano pretende alzarse contra la “dictadura orteguista”.
Notas:
(1) http://rebelion.org/noticia.php?id=107929
(2) http://www.laprensa.com.ni/2010/06/14/entrevista/27646
http://tortillaconsal.com/tortilla/node/6218
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