Por: Andrés Soliz Rada
Al rememorarse el 40 aniversario del asesinato del ex Presidente Juan José Torres, ocurrido en Buenos Aires, el 2 de junio de 1976, dentro del “Plan Cóndor”, que coordinó genocidios y torturas en el Cono Sur, se advierte que el intento de encasillar al Ejército como ente retrógrado y reaccionario se ha debilitado. Los hechos han demostrado que, en los países atrasados, la institución castrense sufre las mismas contradicciones que agitan a las capas medias, que se debaten entre la defensa del país o su sumisión al poder mundial.
Sostener que el Ejercito en una institución reaccionaria no explica en la región la resistencia a la dominación imperial del general Perón en la Argentina, el coronel Arbenz en Guatemala o los generales Velasco Alvarado en Perú y Torrijos en Panamá. Postular el carácter inmutablemente progresivo del ente castrense tampoco permite entender la conducta de dictadores impuestos por el Pentágono como Trujillo en Santo Domingo, Strossner en Paraguay, Videla en Argentina o Pinochet en Chile.
En Bolivia se repitió la historia. En el Siglo XIX, el Mariscal Andrés de Santa Cruz el notable impulsor de la confederación Perú boliviana, o el general Belzu, quien sostenía que ni una libra de estaño debía ser exportada sin ser fundida en nuestro territorio, cumplieron labores altamente positivas. En la vereda opuesta, sobresale el general Melgarejo, beodo, genocida y enajenador del patrimonio nacional, al servicio de la casta terrateniente, que asaltaba las comunidades indígenas.
En la primera mitad del Siglo XX, el general David Toro, expulsó a la Standard Oil, el Mayor Germán Busch, dispuso que las divisas generadas por la gran minería sean depositadas en el Banco Central, y el coronel Gualberto Villarroel fue colgado de un farol de la Plaza Murillo de La Paz por haber convocado al primer congreso indigenal, en 1945.
En la segunda mitad, el Ejército, luego de la revolución de 1952, se dividió entre partidarios de la restauración oligárquica, liderada por el general René Barrientos, y el general Alfredo Ovando, para quien, el proceso revolucionario del MNR, desvirtuado por la enajenación del petróleo, la minera y la economía al interés foráneo, había que rescatarlo a través de la segunda nacionalización del petróleo, la instalación de hornos de fundición y la ejecución de la Estrategia Nacional de Desarrollo Económico y Social de Bolivia”.
El general Torres es figura central en la pugna nación antinación. Accedió a la presidencia el 6 de octubre de 1970, al enfrentar al golpe de Estado que pretendía derrocar a Ovando, quien se ya se había asilado en la Embajada paraguaya. Torres mostró mayor decisión que Ovando para detener a los golpistas y logró una importante victoria al demandar y conseguir el respaldo del movimiento obrero y popular.
Durante su gobierno nacionalizó la Mina Matilde y las colas y desmontes de estaño, repuso el nivel salarial a los mineros, expulsó al Cuerpo de Paz Norteamericano, incrementó el presupuesto asignado a las Universidades y creó la Corporaciones de Desarrollo (incubadoras de las empresas estatales).
Tres meses antes de su derrocamiento, ocurrido el 21 de agosto de 1971, se instaló en el país la denominada Asamblea Popular, que trató de constituirse en poder dual y ensayo de democracia directa. Los críticos a este intento advirtieron que la mayoría de los delegados a la Asamblea eran militantes del MNR, que obedecían al ex presidente Víctor Paz Estensoro, exiliado en Lima – Perú, quien contaba con el respaldo de EEUU y de la Gulf Oil Company, la compañía nacionalizada por Ovando.
El golpe del 21 de agosto movió a debatir, una vez más, el papel cumplido por organizaciones políticas que se reclaman de izquierda, pero que asumen posiciones radicales que terminan facilitando el retorno de regímenes reaccionarios. Lo anterior ocurrió con el colgamiento de Villarroel, quien no pudo enfrentar el acoso simultáneo de la Embajada de EEUU, de la rosca minera-terrateniente, del estalinismo y del Partido Obrero Revolucionario (POR), que se decía seguidor de Trotsky.
En el debilitamiento de Ovando y la caída de Torres jugó papel clave la presencia guerrillera del Ejército de Liberación Nacional (ELN) que minó la estabilidad del proceso Ovando – Torres y fortaleció a la corrientes castrense patrocinada por el Pentágono. Muchos se preguntaban si Torres, después de su caída y de su exilio en Lima, Santiago y Buenos Aires, tenía posibilidades de retornar al poder gracias a la apertura democrática arrancada por el movimiento popular a la dictadura de Bánzer. Infelizmente, su asesinato dejó esta pregunta sin posibilidad de respuesta.
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