Entrevista por Revista Jacobin

Las protestas en Perú a partir de la destitución de Pedro Castillo y la asunción de Dina Boluarte no dan indicio de retroceder; por el contrario, cada vez son más los sectores que se suman a los reclamos en defensa de la democracia y por la convocatoria a elecciones anticipadas. Aunque la respuesta gubernamental y de las fuerzas represivas ha sido feroz, los sectores populares no están dispuestos a dar el brazo a torcer. Saben bien que lo que les espera si pierden esta lucha es la perpetuación de un sistema de profunda desigualdad social.

Para comprender un poco más el panorama peruano, las posibilidades de triunfo popular, el estado de la correlación de fuerzas y las potencialidades del movimiento articulado a partir de las protestas conversamos con Hernando Cevallos, exministro de Salud del gobierno de Pedro Castillo, quien, pese a haber permanecido solo seis meses al frente del ministerio, tuvo a su cargo la campaña de vacunación contra el COVID-19 y enfrentó con éxito la pandemia, lo que lo convirtió en uno de los funcionarios más reconocidos. Es también dirigente del recientemente fundado Movimiento por la Unidad popul

RJ

¿Cuál es el alcance y el significado de las movilizaciones actuales en Perú? ¿Qué se puede esperar?

HC

Para entender estas movilizaciones en el Perú es necesario tener algunos datos de referencia sobre qué fue lo que originó esta indignación social que se expresó a partir del 7 de diciembre. El Perú es un país partido. El Perú nunca llegó a ser una nación; son distintas culturas, costumbres, realidades socioeconómicas que nunca llegaron a integrarse, de manera que tenemos importantes sectores de nuestro país donde el Estado no tiene presencia significativa para la población. Son «países» que casi se autoabastecen, que tienen una educación sumamente limitada, en los que la salud casi no llega a los hogares, donde se mantienen costumbres ancestrales.

Entonces, esta gente postergada y excluida durante muchísimos años se siente separada por un abismo de la metrópoli, de las grandes ciudades, de las regiones que han logrado un mejor desarrollo, donde el Estado ha logrado consolidarse (porque a algún grupo de poder le interesó generar unos picos de crecimiento y algo de desarrollo en esos lugares). Pero esa situación marca una enorme diferencia con millones de personas, esa vida no es la de las grandes mayorías de peruanos y peruanas.

Estas diferencias siempre han estado ahí; el Perú siempre ha tenido distintos focos de confrontación, expresados en múltiples ámbitos, desde la cultura hasta la gastronomía. Esa acumulación de insatisfacción, de falta de identidad, deviene en crisis aguda cuando llega la pandemia. El crecimiento absolutamente inequitativo en nuestro país, y los desequilibrios que conlleva, fueron profundizados claramente por los efectos del COVID-19. Perú es el país con la mayor cantidad de muertos por millón de habitantes; el 80% de la población vive en la informalidad, la gran mayoría de las mujeres del campo no tienen ningún tipo de protección social, el 40% de nuestros niños presenta anemia, los índices de desnutrición son altísimos…

Todos esos abismos se profundizaron con la pandemia y, hasta cierto punto, fueron parte fundamental de las razones por las que triunfó Pedro Castillo. Castillo lo que hizo fue decirle a la gente: «tienen razón, esto no va más»; «la culpa la tiene el sistema: nos han mentido todas estas décadas»; «hay que cambiar este país»; «hay que cambiar la Constitución». Haya comprendido o no en su totalidad el mensaje, la gente entendió lo esencial. Y ese discurso venía acompañado de cambiar el Poder Judicial, el cuerpo público, la Defensoría del pueblo… Porque «no puede ser que haya un país rico con tantos pobres». La gente abrazó esa idea.

Llega entonces Castillo al gobierno. Los grupos de poder nunca reconocieron su triunfo. Incluso desde antes de que asumiera procuraron que no tuviera ningún tipo de estabilidad. La gran mayoría de los proyectos que mandó al Congreso —más de cincuenta— nunca fueron aprobados. Por otra parte, Castillo llega sin partido de gobierno. Llega por medio de un «vientre de alquiler» que se llamó Perú Libre, partido que nunca esperó más que pasar la valla electoral y se encontró, repentinamente, con cerca de 40 diputados (que, lógicamente, estaban muy lejos de los niveles de calificación que se necesitaban para poder enfrentar a la derecha).

Entonces Castillo —aislado y sin una formación ideológica sólida— lo que hizo fue tratar de retroceder todo lo que pudo para contentar a todos, a propios y a extraños, lo que dio por resultado un desorden gubernamental importante. Sin embargo, en el primer medio año de gestión logró dos elementos que fueron fundamentales para alcanzar una primera etapa de estabilización, a pesar de que la prensa y el Congreso intentaban jaquearlo por todos lados. Primero, no generó una caída en lo económico, sino que hubo cierta estabilidad; y, segundo, ante la pandemia, que a priori se presentaba como el Waterloo de Castillo, no le fue mal. Al contrario, Perú fue felicitado por muchos países por su trabajo.

Pero lo que no pudo hacer Castillo fue trabajar la estabilidad de su propio gabinete. Hizo un montón de cambios, y la derecha nunca le perdonó haber llegado al gobierno… no solamente a Castillo, sino a los sectores populares en general: nunca les perdonó haberse animado a plantear la necesidad de una serie de cambios de raíz. La caída de Castillo fue una maniobra irregular, ilegal, prepotente… Castillo hizo un intento de disolución del Congreso, no más que eso. Nunca tomó ninguna medida real para disolver el Congreso; no pasó del intento, pero ahora se lo quieren hacer pagar muy caro, y no solo a él, sino a toda la gente.

Ese es el caldo de cultivo de las movilizaciones: la gente siente que le han arrebatado la identidad, que le quieren quitar la esperanza, que quieren borrar su decisión electoral de haber puesto a Castillo (por más errores que haya tenido) y que quieren someterla nuevamente al mismo sistema de desigualdad profunda de siempre. Por eso la gente ha salido a las calles con la indignación con la que ha salido.

La derecha había leído esta situación con anticipación, por eso es que —por lo menos a mí— no me sorprende esta masacre que se generó en el sur. La derecha sabía que acá la gente no se estaba movilizando por un aumento de sueldo, que no se estaba movilizando por un acto de corrupción, sino que se estaba movilizando porque sentía que le habían robado la esperanza, se estaba movilizando porque quería que se cumplieran las promesas de cambios profundos del país. Las personas se movilizaron con total conciencia o no, pero proponiendo que se cumplan las promesas, que no son ni más ni menos que llevar adelante un proceso revolucionario en el país, y eso la derecha no lo iba a permitir.

Algunos por razones étnicas, otros en solidaridad con Castillo, otros porque quieren una Asamblea Constituyente y —con la solidaridad de importantes sectores que se daban cuenta que lo que la derecha quería era terminar con la posibilidad de la protesta en nuestro país— por el mismo derecho al reclamo. Hay muchas personas que se han sumado a las movilizaciones por vocación democrática, también.

Y el golpe a toda esa gente ha sido muy duro. El gobierno está muy aislado en nuestro país, pero trata de mantenerse. El Congreso, que no solo es un órgano reaccionario, sin principios, sino que además es una institución totalmente irresponsable, no se inmuta ante el crecimiento de la cifra de muertos en las protestas o la escalada del nivel de confrontación. Los congresistas simplemente están tratando de asegurar sus ingresos, otros sus negocios y otros se quedan ahí porque no terminan de entender absolutamente nada, en el marco de una mediocridad que realmente ya alcanza niveles inéditos.

Esta es un poco la situación que tenemos. No es una movilización de la izquierda peruana, de la izquierda orgánica peruana. De hecho, si esta lucha no tuvo mayores repercusiones, es precisamente porque los sectores de izquierda y las organizaciones sociales no tienen en nuestro país un nivel de organización importante, y esto debido esencialmente a la gran informalidad que caracteriza la estructura social peruana. Sin embargo, las protestas sí han generado un incremento en la conciencia del pueblo: la idea de una Asamblea Constituyente ha pasado de tener un 39% o 40% de aprobación a un 69% ahora. A esto se le suman los liderazgos que han aparecido en diferentes regiones del país de manera espontánea, con articulación entre distintos sectores, distintas formas de lucha…

Este capítulo definitivamente no está cerrado.

RJ

¿Cuáles son los escenarios que se abren en relación a la movilización? ¿Puede haber un adelanto electoral, caer el gobierno? ¿Es posible un reflujo?

HC

El Congreso y el Ejecutivo aspiran a quedarse hasta el 2026. Lo que buscan es derrotar al campo popular y quedarse acá 30 años controlando el país. Para mí esto es una ilusión de la derecha. No tienen la capacidad. Puede que tengan de su lado a las Fuerzas Armadas, a la Policía, pero no creo que puedan generar los consensos necesarios, ni siquiera al interior mismo de sus fuerzas. Tampoco tienen consolidado un espacio político en la derecha. El fujimorismo ha ido decayendo, y no hay un liderazgo claro. De hecho, no hay liderazgo de derecha ni de izquierda, un drama en nuestro país. Pero la derecha no ha podido consolidar un liderazgo capaz de dominar la situación. Del otro lado, lo que sí ha habido son niveles de movilización social y de repuesta popular muy importantes.

¿Qué es lo que puede pasar? ¿Se puede sostener la derecha a partir de un clima represivo, con un nivel de descrédito grande, con el riesgo de una guerra civil o de un enfrentamiento de baja intensidad, con represión y detención de líderes sociales? ¿Puede quedarse hasta el 2026? Es posible, si se monta en la deficiencia de la izquierda y si el campo popular no puede unirse y elaborar una propuesta más o menos fuerte para los sectores medios, para los sectores que dudan y pueden cambiar la correlación de fuerzas.

Puede pasar. Pero todo indica —o buena parte indica— que el desgaste del gobierno y del Congreso va a desembocar, más temprano que tarde, en la convocatoria a elecciones antes de 2026. Es difícil pensar que esto se pueda mantener mucho tiempo más. Si se une y articula, la izquierda ya ha demostrado que en nuestro país existen grandes reservas de cambio que se pensaban agotadas. El triunfo popular es posible. Por supuesto, no es inevitable: todo lo contrario, no va a ser nada fácil y es un camino muy riesgoso, que puede herir al campo popular. Pero el descrédito del gobierno y del Congreso es profundo, y eso se lo pone bien difícil a ellos también.

RJ

Leímos una declaración reciente de [Rafael] López Aliaga donde decía algo así como que Dina Boluarte tenía que renunciar si no lograba pacificar el país en el corto plazo, y que las Fuerzas Armadas le habían dado un plazo de dos meses a la presidenta, lo que me lleva a la siguiente pregunta: ¿cuál es el papel de las Fuerzas Armadas en este contexto, si es que cumplen alguno?Y los sectores de la derecha, ¿qué están haciendo en este contexto? ¿Podría ser que todo esto desemboque en el peor de los escenarios, es decir, un nuevo gobierno represivo de la derecha más radical, sea el fujimorismo, alguna versión nueva o algún tipo de golpe encabezado por sectores reaccionarios?

HC

Creo que López Aliaga representa al sector más reaccionario que tenemos en el país, que junto a algunos sectores de las Fuerzas Armadas tiene una postura absolutamente a favor del modelo militarista y represivo: si pueden salir a dispararle a cualquiera lo van a hacer. Es increíble: parecía que ese tipo de experiencias fatales estaban alejadas de la mentalidad de nuestras Fuerzas Armadas, pero ahora vemos que se mantiene muy vigente. Y no puede ser de otra manera; asesinado a tanta gente, han ido a matar sabiendo que iban a matar.

Esta gente es capaz de cualquier cosa. Primero, Dina Boluarte sabe que no tiene mucho a dónde regresar: si la Boluarte se va, la derecha la va a soltar la mano; si se abre un mínimo de decencia en el Poder Judicial, va a terminar siendo juzgada y encarcelada. Eso ella lo sabe, y por eso va hasta el final. Pero Boluarte no es un personaje tradicional de la derecha, no goza de ninguna confianza entre los grupos de ultraderecha. La van a sostener mientras les sirva, y cuando vean que la Boluarte pierde terreno (más terreno del que ya ha perdido), que no la pueden utilizar más, pues la variante de tener una dictadura desembozada estos trasnochados no la olvidan.

Sería una locura, porque tal como están las cosas no es algo que los sectores populares vayan a permitir… entraríamos en un clima de guerra civil. Pero, con la irresponsabilidad que los caracteriza, estos sectores son capaces de alentar esa salida con tal de no perder el control que han tenido en lo económico. Así que, sí, nos jugamos esta carta también, que es complicado que la puedan desarrollar pero que nos puede generar un nivel de confrontación tremendo. Es un escenario que no se descarta del todo. Boluarte puede irse y la derecha tiene gente como López Aliaga que no tiene ningún tipo de reparo en decir «esta mujer no se para fuerte», (no sé qué más fuerte puede pararse alguien, ¿no?), «no nos sirve». Y lo dice porque es lo que él realmente piensa.

RJ

Queríamos preguntarle ahora sobre la situación de la izquierda peruana. ¿Hay condiciones para llegar a una candidatura unitaria, competitiva en unas eventuales elecciones anticipadas? ¿Más en general, cuál es la situación de la izquierda?

HC

El triunfo de Castillo fue tan sorpresivo, como radical y poco explicado. Castillo fue un candidato que no explicó cómo iban a ser las cosas y ganó. Nadie podía entenderlo. Cuando venia cayéndose, Castillo tomó una decisión que me parece a mí muy interesante, muy inteligente. Dijo «necesito sumar algún nivel de intelectualidad o personas más o menos confiables para conseguir eso que me falta para derrotar al fujimorismo». Ahí él toma la decisión de que no sea Perú Libre quien lo prepare para el debate, y me elije a mí, lo elije a Pedro Francke, para que lo preparemos… me pone a mí como vocero de su posible gobierno.

Luego de eso, Castillo gira hacia la derecha, realmente, designa un Ministro de Economía de derecha y toma una serie de decisiones que la misma derecha no podía creer. La gente no podía entenderlo, incluso sus adversarios nos llamaban por teléfono pidiendo alguna explicación. Así como nadie pudo entender que haya intentado esa disolución del Congreso. Los medios trabajaron muchísimo para vender la idea de que Castillo había fracasado en sus propuestas. Pero lo que ha pasado ahora es una muestra de que no solamente tenemos grandes reservas democráticas en nuestro país, sino que además tenemos grandes reservas de una mentalidad que quiere el cambio en nuestro país. Hay importantes sectores que quieren el cambio: no es casual que del 90% de la votación haya habido un 80% en el Cusco, casi 70% en Arequipa, votando por un programa revolucionario.

Esto muestra que a pesar de los errores de Castillo, cuando la gente le reclamaba a Castillo, no era contra su programa inicial. Cuando le decían «¿qué pasa profesor?», «¿dónde está el programa que votamos?», lo que reclamaba era que cumpla el programa, y Castillo no lo hizo. Así que hay reservas para que la izquierda tenga un protagonismo electoral, claro que las hay. Yo creo que hay opciones… no va a ser fácil, y lo primero será cubrir las deficiencias de lo que Castillo dejó, a la vez que levantar las esperanzas de la gente que quiere cambios profundos. Lograr esa mezcla no va a ser nada sencillo, pero el pueblo está esperando una propuesta seria de la izquierda, una propuesta que no pierda la esencia de cambio.

El problema es que entre la izquierda tenemos sectores que creen que hay que importar un modelo socialdemócrata «serio», «responsable», que es lo que quiso hacer en su momento Verónika Mendoza pero le fue pésimo en las elecciones. También hay una posición antisistema como la de Humala, que parte de una crítica al sistema y termina en el mismo sistema y más a la derecha todavía. Si se logra superar eso, si la izquierda puede concretar un frente no solo electoral sino un frente político y social capaz de ganarse la confianza de la gente y encabezar la lucha —cosas que no ha hecho hasta ahora—, acumular más experiencia, que se perfilen los mejores cuadros, que la gente vea que acá no nos metemos en política porque queremos ganar una curul sino porque de verdad queremos cambiar el país, entonces todo puede ser.

Si la izquierda logra eso, sus posibilidades en las elecciones son muy reales. Si no lo logra, corremos el riesgo de un desastre electoral con un candidato oportunista o populista que postergue la posibilidad de los cambios que tanto necesitamos. Tenemos unas organizaciones sociales desgastadas y unas organizaciones nuevas sin niveles de conciencia, o sea, organizaciones nuevas que luchan, que han obtenido victorias, pero que no tienen conciencia todavía de la importancia de vincular la lucha reivindicativa sectorial a la lucha  política. Son sectores a los que les da lo mismo ir con el fujimorismo, que ir con Perú Libre, que correr con el centro. Y son grupos sindicales jóvenes. Si esos grupos sindicales son los que se consolidan, vamos a tener muchos problemas… es un sindicalismo tibio, con poca identidad.

Pero existen otros sindicalismos, un sindicalismo que viene de abajo, de los sectores más humildes, que está impulsando una vinculación de lo gremial con lo político. Si se logra consolidar eso y superamos el clientelismo de algunas centrales, el oportunismo de algunos viejos dirigentes y logramos que los jóvenes que están emergiendo en la lucha gremial crezcan en conciencia y hagan una lectura real de la situación, las cosas en este país pueden cambiar, se pueden lograr cambios importantes.

 

RJ

Si uno ve la trayectoria del gobierno de Castillo, su debilidad de origen, o incluso si se constatan algunos rasgos más estructurales de la sociedad peruana, como el peso de la derecha en el parlamento, el bajo nivel de sindicalización, la debilidad de la izquierda política, parece difícil imaginar un proceso de cambio exitoso.¿Qué condiciones deberían reunirse para poder impulsar un proceso de cambio, de transformación social, que no se choque con las consecuencias del asedio de la derecha, el golpismo del empresariado o la capitulación de los dirigentes?

HC

Leerlo desde afuera es difícil. Observemos, por ejemplo, el Congreso: ¿cómo es la correlación de fuerzas en el Congreso, por qué es tan grande el peso de la derecha, cómo podría llegar la izquierda con este Congreso? Es que el Congreso en el Perú no refleja lo que la gente quiere. Bueno, en ningún país lo refleja, pero, me refiero a que este es un Congreso que es un remedo de la voluntad popular. El sistema electoral peruano no permite que el elector pueda tener la posibilidad de elegir un menú en el que aparezca expresada su real preferencia.

Acá existen niveles de corrupción tan grandes y hay tanta deformación electoral que la elección es un «negocio chicha», como decimos en el Perú… ni siquiera un negocio de grandes dimensiones, no. La gente mira la televisión para ver los debates en el Congreso cuando tiene ganas de reírse, o cuando es el único canal que pueden sintonizar. Mira cómo se expresó en la vacancia de Pedro Castillo. Pedro Castillo es vacado porque dice «yo quiero disolver el Congreso en una Asamblea Constituyente», que es lo que venía levantando la izquierda, y van y votan por la vacancia de Pedro Castillo, incluso los congresistas de izquierda. O sea, ni un mínimo olfato popular, nada.

Entonces la gente sale a incendiarle las casas a los congresistas de izquierda, ninguno se anima a ninguna movilización. ¿Esa correlación de fuerzas expresa lo que realmente está pasando en el país? No, el Congreso no lo expresa, como no lo expresa Dina Boluarte. Lo que lo expresa es lo que se ve en las calles, lo que ves en el interior del país y la indignación de la gente. El Perú no es un paquidermo, el Perú es un país que puede cambiar rápidamente y de manera contundente, y eso ha quedado expresado en los últimos años, con el surgimiento de movimientos muy importantes.

Y no es que yo sea excesivamente optimista: me doy cuenta de los riesgos, pero creo que el Perú es un país donde existe una oportunidad sería de cambio. Creo que existen importantes reservas revolucionarias en nuestra patria, creo que no se ha muerto la indignación, creo que no se ha muerto la esperanza del país. Lo que pasa es que la esperanza está buscando, está tratando de encontrar un camino, no es claro dónde está la puerta para poder salir y convertirse en realidad, pero no por eso deja de existir y ser fuerte.

Lo ves en la esperanza de la gente que viene del interior, que le decía a la centrales sindicales: «ustedes quieren hacer un paro cada tres días, nosotros hemos venido a derrocar a Dina Boluarte, y acá vamos a dormir en las calles hasta que se vaya esa señora», y estuvieron dos meses durmiendo en las calles con la Policía pegándoles, casi sin poder comer. Esa gente te hace pensar que sí hay posibilidades para que este país se ponga de pie y de verdad empiece a luchar por un cambio social y económico.

La derecha no ha quebrado la voluntad del pueblo, la derecha no ha podido convencer al pueblo que el modelo neoliberal es el único camino que podemos elegir. Más de dos tercios de los peruanos y peruanas están a favor de un cambio estructural en su país. Nosotros como izquierda tenemos la responsabilidad de construir la herramienta capaz de acompañar al pueblo, no de dirigirlo, de acompañarlo y de aprender, y en ese camino estamos. Las luchas van a continuar, y con la actitud que tienen el gobierno, el Congreso… Mira, el congreso incluye a las bancadas de izquierda que, luego de que más de 70 peruanos fueran asesinados, le dieron la confianza a este gobierno, o sea… imagínate. Pues eso habla a las claras de la crisis de la política peruana, no solo de la izquierda, sino de la política peruana en general. Las luchas van a continuar, eso es seguro. Yo no creo que esto haya terminado.